Los caballeros decimonónicos, los anabolizantes y los rayos uva

jueves, 19 de septiembre de 2013





Esta entrada, más que un artículo instructivo, es una especie de confesión. ¿Y por qué digo "confesión? 
Veréis, os lo voy a explicar.
Los que sois asiduos a la novela romántica histórica (y digo asiduos porque también hay hombres que leen este género, no mintáis que os crecerá la nariz), os habréis encontrado cientos (de verdad, son cientos) de veces, en las que, al llegar a las descripciones de los cuerpos masculinos, nos encontramos siempre con hombres musculosos, morenos y diestros no solo en las artes amatorias, sino también en el manejo de la espada y en la equitación. Pero, de todas estas alabanzas con las que las autoras solemos adornar a nuestros inmortales protagonistas, las dos que más me llaman la atención son esos "torsos descomunales" que rozan la exageración y el color de su piel. ¿Y por qué digo el "color de su piel"? pues porque da la casualidad de que prácticamente todos están más bronceados que un socorrista en pleno agosto, ¡¡¡y eso lo consiguen siendo marqueses y condes ingleses y sin pegar un palo al agua!!! ¿No es increíble? 
Pensando en ello, me pregunté porqué hacemos esto, si la realidad, al menos en el siglo XIX, era que no solo no tenían esos músculos bestiales, sino que encima eran tan pálidos como un ser de ultratumba al que hubieran pegado un buen susto.
Alguna dirá: "Es que el hombre practicaba esgrima y cabalgaba, y eso fortalece los brazos y las piernas".
Mmm... no deja de ser verdad. ¿Pero en serio se quedaban así por jugar con la espada y salir a dar un paseíto con el caballo?

¡Y estos hombres de hoy perdiendo el tiempo con el gimnasio!


Mejor no sigo poniendo imágenes que a más de una le va a dar algo

Es ahí donde vemos la gran diferencia en gustos de las mujeres de hoy y las de antaño. En los siglos anteriores, un noble con exceso de músculos no estaba bien visto, pues eso implicaba que realizaba mucho esfuerzo físico, y que, por lo tanto, trabajaba para vivir. ¿En qué se traducía eso? en que el susodicho no era rico. Conclusión: si eras musculoso en el siglo XIX, por ejemplo, estabas indicando o que eras pobre, o que estabas cerca de serlo.
En cuanto al tono de bronceado... ¿nunca os habéis preguntado de dónde narices sale la expresión príncipe azul? pues precisamente de la fábula de que los aristócratas, puesto que eran una especie de "raza superior", tenían la sangre azul. Estos caballeros de bien, como he dicho antes, no daban un palo al agua, por lo que no trajinaban bajo el sol de justicia como todo hijo de vecino. Consecuencia: no se ponían morenos, o sea, que eran más blancos que la leche, por lo que sus venas azuladas eran más visibles al prójimo. De ahí sale esa leyenda que deambula por los cuentos de hadas como Pedro por su casa.
No, chic@s. Los verdaderos caballeros decimonónicos no eran así. Darcy no era así. Y Rhett Butler (muy a mi pesar), tampoco. Hoy en día estar "cachas y morenito" atrae a las mujeres, pero en épocas anteriores las repugnaba, porque su aspecto indicaba su posición social, y ninguna dama estaba dispuesta a unirse a un pobre diablo que no tuviera donde caerse muerto. Por lo tanto, hincharse a anabolizantes o tumbarse en la playita para ponerse como un cangrejo no era una opción para nuestros amados galanes.
Es ahí donde echamos mano de las benditas "licencias", y convertimos a nuestros chicos en machotes con cravat y nos quedamos tan anchas. Al fin y al cabo, ser un príncipe azul no es divertido si pareces un fantasma, ¿no?

¿Vosotros qué opináis? ¿Creéis que les ponemos demasiados esteroides a nuestros protas?

Violaciones en romances literarios

jueves, 5 de septiembre de 2013



Hola a tod@s,


Hoy vengo con un tema a debatir un poquitín espinoso. Como ya podéis deducir en el título de esta entrada, de lo que hablaremos esta vez será de las violaciones en los romances literarios.
Hace algunos años este tipo de novela se puso muy de moda, y gozó de cierto éxito en su día. Autoras célebres y consagradas como Johanna Lindsey, Victoria Holt o Karen Robards utilizaron esta "herramienta" en sus historias, provocando situaciones en las que el protagonista masculino en cierto momento de la novela forzara a la heroína a compartir su lecho con él (y en alguna ocasiones, la escena contenía hasta cierta violencia por su parte). 
Estos son algunos de los títulos que contienen ese tipo de escenas:

Pasión en la isla (Karen Robards)
Así habla el corazón (Johanna Lindsey)
Un lecho de rosas (Shannon Drake)
El amante diabólico (Victoria Holt)
Atracción (Virginia Henley)



Entendemos por supuesto como "violación" a las relaciones sexuales no consentidas por una de las partes. En varias ocasiones me he preguntado por qué a estas autoras les dio en un momento dado por crear esa clase de conflictos entre los protagonistas. Quizá llevadas por el ansia de poner entre ambos la máxima cantidad de "obstáculos" posibles para su felicidad en común, puesto que, obviamente, cuanto más grave sea la ofensa, más difícil será perdonar, y eso da mucho juego a la hora de crear los "tira y afloja".
Ahora, vosotros, como lectores y escritores, ¿qué pensáis al respecto? ¿Podríais perdonarle semejante cosa a un protagonista masculino? ¿Disfrutaríais con un "happy ending" sabiendo lo que le hizo en su momento a la protagonista? ¿Hasta dónde creéis que podemos llegar con las "canalladas" mutuas que pueden hacerse hasta la reconciliación final en un romance? ¿Deben tener un límite las "maldades" que puedan cometer nuestros héroes y heroínas?


Damas y caballeros, siéntanse libres para opinar.


Abrazos, 


Miranda K.

 
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