Hola queridos,
Esta mañana os traigo un fragmento de la historia que publiqué con Ediciones B en la antología Sueños de verano, que salió el 12 de julio de este año. Esta mini novela se llama Volver a empezar, y ésta es su sinopsis:
Dispuesto a rodar un documental sobre una leyenda que rodea al Hotel
Castillo de Montesclaros, Max Hunter, un productor americano afincado en
España, viaja hasta Cantabria con su equipo y se instala en el
complejo. Pero además de la grabación del reportaje, la razón que le
lleva a hacer ese viaje es... una mujer. Una mujer que le abandonó sin
dar explicaciones hace tres años, y ahora, al parecer, mantiene una
relación con el director de Montesclaros, que antaño fue uno de sus
mejores amigos.
Estos son mis personajes, Audrey Narváez y Max Hunter:
Y ahí va el fragmento, que espero que os guste:
Audrey no le
escuchaba. Sus ojos recorrían golosos al hombre que estaba plantado
en la salida, con su vasta corpulencia y sus poderosos pectorales
cubiertos por la camiseta de Aerosmith que ella le compró durante
unas vacaciones en Madrid al iniciar su relación.
El
hada que llevaba tatuada en el hombro ―resultado
de una apuesta que Audrey ganó―,
sobresalía por debajo de la manga corta de la prenda negra, y su
pelo rubio revuelto y sin peinar le daba el aire de chico malo que
tanto le gustaba. Contempló su rostro anguloso, ornamentado con una
perilla trigueña que servía de cercado a una dentadura blanca y
reluciente, y acto seguido, como atraída por un imán, clavó la
mirada en sus iris, verdes como la campiña escocesa, escenario de
las numerosas novelas de highlanders
que solía devorar cuando se sentía nostálgica.
El ruido de la
puerta al cerrarse la sacó de su trance. Carraspeó, sintiéndose
estúpida por babear como una auténtica idiota por su ex marido. ¡Su
ex marido!
Max no corrió
mejor suerte. Sus sentidos se agudizaron al verla, reparando en que
la condenada estaba más guapa que nunca. Se había cortado la melena
y la llevaba ahora lisa y justo por debajo de las orejas, dándole
más protagonismo a su faz ovalada, sus labios plenos y sus ojos
grandes y pardos, del color de la canela en rama que su madre añadía
al fabuloso arroz con leche que preparaba en pascua.
Sus piernas,
esbeltas y elegantes, iban enfundadas en unas medias de seda negras,
y sus diminutos pies se alzaban al menos unos quince centímetros del
suelo en aquellos descomunales tacones de aguja. Un traje azul marino
de chaqueta y falda tubo ponía el toque final de distinción que
seguramente haría que todos los hombres con ojos en la cara se
girasen a mirarla al caminar por los pasillos de Montesclaros.
“Maldita
sea mi estampa. ¿En qué momento se me ocurrió dejarme vencer y
perderte, Audrey?”
Sánchez
intervino al notar que el ambiente se cargaba con una tensión
insostenible.
―No
te lo había comentado, Max, pero Audrey será vuestra guía. Conoce
bien la historia del castillo, su distribución, su leyenda...
―¿Qué?
¿guía? No necesito ninguna guía ―bramó
el productor―,
sólo hablar con las personas correctas para obtener el asesoramiento
necesario, preparar las cámaras, grabar y largarme después a mi
guarida. Nada de “tours”. Esto no es una luna de miel.
Las tres
palabras finales de esa frase calaron hondo en Audrey, que a punto
estuvo de echarse a llorar. Miró suplicante a su jefe, que
permanecía impasible.
Llamaron con
los nudillos tres veces y Juan dio las gracias al cielo mentalmente.
Normalmente odiaba que le interrumpieran en una reunión, pero este
paréntesis les venía que ni pintado.
―Pase.
Isabel, una
de las recepcionistas, se asomó al umbral.
―Señorita
Narváez, preguntan por usted.
―¿Quién,
Isabel?
―Una
tal Lisa... Lisa...
Audrey
palideció.
―¿Lisa
Torelli? ¿la actriz?
Juan puso los
ojos en blanco, y Hunter les miró contrariado. Audrey fue a atender
la llamada de auxilio de Isabel para lidiar con la pesada que la
andaba persiguiendo por los rincones juntamente con su amiga Emma,
dispuesta a obtener datos confidenciales de los huéspedes del hotel.
Y todo porque una chiflada amante del tarot barato les dijo que allí
encontrarían a alguien que las lanzaría al estrellato.
Cuando
la relaciones públicas pasó junto a Max, este inspiró su perfume.
Aqua
di Gio.
Su predilecta. La detuvo tomándola de la muñeca. Ella alzó el
mentón, intentando demostrar una valentía que brillaba por su
ausencia.
―Nos
vemos en recepción en una hora ―claudicó
fríamente―.
Ten listo tu equipo. Empezaremos por las ruinas de la abadía y el
cementerio.
―No
te he pedido...
―Son
las condiciones del hotel. No tenéis permiso para andar a vuestro
libre albedrío. Podríais molestar a los clientes, y mi trabajo,
entre otras cosas, es evitar que eso ocurra.
Ambos se
miraban como si fueran boxeadores en un ring, y Juan contuvo una
carcajada.
“Os doy dos
días para que terminéis arrancándoos la ropa y retozando encima de
los geranios de Celia, chicos. Dos míseros días”.
Abrazos,
Miranda K.
1 comentario:
Puritito fuego!!! Tiene una pinta tremenda, Miranda!!
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