La rosa negra
De pie frente al escritorio de mi progenitor, la observo a través de
las amplias ventanas del estudio caminar hacia el caserón principal.
Hoy está siendo un día particularmente duro. Estamos en abril, y a
pesar de que aún es primavera, el sol de justicia brilla en
el firmamento con la misma intensidad de los calurosos días de
agosto.
Como si se percatara de que alguien la contempla, eleva sus ojos
azabache hacia arriba, y su mirada se cruza con la mía sin verme.
Los gruesos cortinajes me protegen de su escrutinio, mas aún así mi
cuerpo no puede evitar estremecerse como un junco zarandeado por el
viento, y me aparto con brusquedad de mi improvisada atalaya.
Está ahí plantada, y no parece tener intención de moverse. Yo
elevo una oración al cielo para que se marche, pues si alguien la
sorprende la castigará con fiereza, y no podré hacer nada para
impedirlo. Ya una vez se me partió el alma al escuchar sus gritos
mientras la ataban a un árbol y, tras desgarrar la tela de la
espalda de su raído vestido de algodón, le propinaron veinte
latigazos solo por tratar de conseguir agua para sus pequeños
sobrinos.
Por aquel entonces intenté que Johnson, el capataz, fuera despedido,
pero mi padre lo consideraba un buen trabajador, y como primogénito
y heredero de sus tierras y su fortuna, había decisiones que aún no
me correspondían tomar. Así que, ante la mirada triunfal cargada de
soberbia de Johnson, mi anhelo de verlo fuera de nuestros dominios se
marchitó igual que una margarita silvestre expuesta al glacial aire
invernal.
Una mano grande y sudorosa la toma por los hombros y la arrastra
lejos de la mansión haciendo aspavientos y señalando en mi
dirección, y vuelvo a mirar al cielo. Mis plegarias han sido
escuchadas. Tom, otro de los trabajadores, la aparta del peligro y se
la lleva a un lugar seguro.
- Jason.
Me giro lentamente. Jacob Evans, una masa corpulenta y de modales
toscos, el hombre que me engendró y el amo y señor de los extensos
acres de terreno que nos rodean, me llama desde el umbral.
- Padre.
- Supongo que hoy no saldrás a cabalgar.
Niego con la cabeza.
- Bien – contesta él, complacido –. Así tendré unos ojos que
vigilen a tu madre y a tus hermanas. Están tan alborotadas por la
fiesta campestre que daremos mañana en el jardín que parecen
gallinas presas de la histeria al ver a un gallo en el corral.
Río ante su ocurrencia. La comparación es más que correcta.
- No se saldrán de los límites establecidos, padre – le
tranquilizo con una media sonrisa –. Mantener la compostura es una
cualidad de suma importancia si se desea encontrar marido.
- Y teniendo en cuenta que hemos de casar a cuatro muchachas alocadas,
que Dios nos ayude.
Jacob entra en el estudio y cierra la puerta. Yo le miro
interrogante.
- ¿Va todo bien?
Su rostro ceñudo me lo dice todo. No son buenas noticias.
- Esos desgraciados norteños no quieren ceder y dejarnos en paz. Es
muy probable que esta sea la última fiesta que demos antes de que
estalle el conflicto. Pero no debemos preocuparnos. Les derrotaremos
en unos pocos días.
Mi corazón se acelera dentro de mi pecho. Desde que Abraham Lincoln
ganó las elecciones, nuestra sociedad se ve constantemente amenazada
por sus reformas y proyectos. No resulta nada ventajoso para un
sureño tener un presidente abolicionista.
No obstante, y a pesar de saber que mi mundo se derrumbará cual
castillo de naipes si estalla la guerra, me alegraré por ella. Es
probable que deba ir a luchar, pero siempre
llevaré su imagen grabada a fuego en mi espíritu.
Mi rosa negra. La mujer que me robó la voluntad desde el instante
que puse mis ojos en su rostro moreno y angelical. La única persona
que me ha hecho examinarme a mí mismo y desear ser alguien
diferente.
Me giro de nuevo hacia la ventana entretanto mi progenitor me informa
de los planes de los improvisados soldados de nuestro bando y me
anima a alistarme. Yo finjo prestar atención, mas mi mente está
lejos de allí. Ya no logro divisarla. Está a salvo de los latigazos
de Johnson.
Mañana daremos la ansiada fiesta tan esperada por el resto de mi
familia. Aprovecharé la oportunidad y acudiré a las
cabañas de los esclavos. Ella estará allí, rodeada de familiares y
amigos, y me invitarán a quedarme con ellos un rato antes de volver a
la fiesta, como han hecho otras veces.
Entonces le confesaré lo que siento, no sea que la muerte llame a mi
puerta en el campo de batalla y parta con mis antepasados sin que
sepa que adoro cada centímetro de su maravillosa piel negra y
lastimada.
Y si Dios me libra de caer bajo el fuego de un rifle disparado por un
yanqui, la buscaré y me la llevaré lejos, donde nadie nos
menosprecie, y donde pueda demostrarle que un hombre blanco, a pesar
de sus grandes e infinitos pecados, también sabe amar.
Nota: La Guerra de Secesión Americana (1861-1864), fue un hecho histórico acontecido entre el norte y el sur de los Estados Unidos durante la presidencia de Abraham Lincoln, y una de las consecuencias de la victoria del norte fue la abolición de la esclavitud, que por aquel entonces era legal en ese país.